viernes, 9 de mayo de 2014

Bajo la misma estrella

Todos peleamos en la guerra que es vivir. Todos estamos bajo la misma estrella, estamos adentro del mismo barco: quizás algunos se encuentren en primera clase y otros en las bodegas pero al final, si el barco se hunde, nos morimos todos.
Nos empeñamos en pasar en esta vida el mayor tiempo posible: queremos sobrevivir. Lo que las personas no nos damos cuenta es que la vida no se trata de eso, de permanecer con funciones vitales; se trata de vivir: sobrevivir y vivir no son lo mismo. Alguien vive realmente su vida cuando aprovecha cada instante, cuando hace "infinitos en días contados", cuando a pesar de las dificultades sigue en pie y busca sacarle el potencial máximo al espacio y tiempo, cuando hace que todo valga la pena (y la felicidad).
Uno vive cuando disfruta de la vida, no cuando su existir gira en torno a seguir en ella. Permanecer vivo es mucho más que permanecer sobreviviendo. Vivir implica ejecutar tu esencia, luchar por ideales, amar con locura y actuar con pasión. Sobrevivir te limita a seguir respirando, a que el corazón lata y a que satisfacemos necesidades básicas. ¿Y quién quiere morir habiendo siendo eso el único legado que dejó?
Nadie. Nadie quiere irse de este mundo sin saber que marcó a alguien, aunque ese "marcar" pueda traer heridas: no se puede dejar huella al irse, sin lastimar. Y es inevitable.
Eso explica por qué la gente llora cuando un actor famoso, un artista reconocido o un inteligentísimo inventor fallece: porque dejó huella. Pero hasta la persona más ordinaria y común deja huella, marcas y cicatrices en alguien, y quizás sean todavía más valiosas: incluyen privacidad, secretos y uniones irrompibles entre el marcado y quien marcó. Nadie muere en vano, aunque su vida se haya basado en sobrevivir, aunque no haya sido de influencia, todos dejamos marca, en mayor o menor proporción, y así todos dejamos también heridas al dejar nuestro mundo.
Cuando leí (y sufrí, y lloré) "Bajo la misma estrella" aprendí cuáles son las maneras en las que se puede vivir. Aprendí que una historia triste puede enseñar muchas cosas si está bien contada. Aprendí que pueden existir "pequeños infinitos ∞", que "el mundo no es una fábrica de conceder deseos". Que no siempre las cosas se van a dar como uno quiere y que hay que aprender a sobrellevarlo, superarlo y retomar con tu vida. También aprendí que "si no existiera el dolor, ¿cómo conoceríamos el placer?" ¿Cómo conoceríamos el disfrute si nunca sufrimos, o valoraríamos el acierto si nunca nos equivocamos? ¿Cómo apreciaríamos el estar en pie, si nunca no nos pudimos levantar del suelo?
Estuve inmersa en esta entremezcla de metáforas, palabras enlazadas y poesía que conforman este libro. Endendí que hay dos cosas inevitables: el amor, y la muerte.
Por eso mientras que no nos toque morir, ¿por qué no aprovechar cada segundo amando?
Aprendí lo valioso que es el tiempo y que nunca nos va a alcanzar lo suficiente. Que nunca vamos a saber si hoy va a ser nuestro último día, entonces, ¿cómo privarnos de los sencillos placeres cotidianos? ¿Por qué dejaríamos pasar cada oportunidad para decir la verdad, o intentar cosas nuevas?
Así me vi llorando por alguien que ni siquiera existe, que nació en la imaginación de un autor y cobró vida a través de un papel; y me vi enamorándome de un personaje ficticio, al cual únicamente pude y voy a poder revivir volviendo las páginas de un libro.
Te recomiendo este libro si buscás una historia no solamente de amor, sino de miedos, deseos, inquietudes, enojos, pasiones, deducciones y debilidad.
Te la recomiendo si querés enamorarte tanto como yo de una pareja que conforma una perfección indescriptible a pesar de sus imperfecciones, y te recomiendo esta historia si querés saber, y averiguar, qué significa realmente vivir.

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